Sobre Sergio Álvaro Montesinos

La degradación del pasado

Soy Sergio Álvaro Montesinos, y mi pueblo va a desaparecer.

Va a desaparecer por culpa de un fenómeno llamado “éxodo rural” que es la emigración del campo a la ciudad.

Mi pueblo es Aras de los Olmos, es un pequeño pueblo de la Comunidad Valenciana situado en la comarca de Los Serranos, con 381 habitantes censados en 2016. 381 personas censadas, lo cual no quiere decir que residan allí, como por ejemplo yo. Tuve que emigrar en 2011 para estudiar en la Ciudad de Valencia, debido a que allí ya no tenía la posibilidad de continuar con mis estudios. Actualmente yo no tengo futuro viviendo en mi pueblo ya que no podría desarrollarme profesionalmente al igual que les ocurre a la gran mayoría de los jóvenes que vive en el medio rural.

El éxodo rural no es un fenómeno de aparición reciente, sino que se ha presentado desde hace décadas y siglos, a través de épocas en las que la humanidad ha pasado por las formas más diversas de organización política y económica. Sus consecuencias más llamativas del éxodo rural han sido: la despoblación del campo, el envejecimiento de la población, que la emigración la haya protagonizado principalmente la gente joven, el aumento del índice de masculinidad y la disminución de los servicios médicos, escolares, de transporte, etc. para atender a la población. Estas consecuencias a su vez actúan de causas para que la gente del medio rural que continua en el se vea obligado a emigrar.

Hace entre 5.000 y 13.000 años la población deja de ser nómada para agruparse en pueblos, en los que se dedicaban principalmente a la agricultura y ganadería de subsistencia. Más tarde si había excedentes se destinaban de forma inmediata al trueque y al mercado local o comarcal. Pero el ser humano ha estado continuamente tratando de conseguir mejores condiciones de vida, tanto desde el punto de vista económico, como asimismo de las necesidades espirituales, del intelecto, de los recursos y servicios, etc.

Las cuales a su vez son parte de las causas por las que comenzó el éxodo rural, aunque también hay que señalar la revolución industrial en el siglo XIX, que favoreció la formación de los grandes centros urbanos esencialmente fabriles. Y si sumamos que en España la gran transformación de una economía agraria tradicional a una sociedad industrial, se produce en un lapso de tiempo muy corto en comparación con otros países de Europa como en Francia, Inglaterra, Alemania o Italia, donde la transición fue más lenta y con unas sociedades rurales más articuladas socialmente, lo que hizo que los efectos del éxodo rural no fueron tan graves.

El precio que se está pagando por conseguir esta mejora en las condiciones de vida ha sido el tránsito a una modernidad “sólida” –estable, repetitiva– a una “líquida” –flexible, voluble– en la que los modelos y estructuras sociales ya no perduran lo suficiente como para enraizarse y gobernar las costumbres de los ciudadanos y en el que, sin darnos cuenta, hemos ido sufriendo

transformaciones y pérdidas como el de la duración del mundo y sus objetos, vivimos bajo el imperio de la caducidad. (Vásquez , 2013) Por lo que la destrucción final del objeto ya esta incorporada en él, desde el momento de su

concepción. (Bauman, Arte, ¿líquido?, 2007)

En esta modernidad liquida en la que vivimos actualmente se ha creado un

individualismo en el que se renuncia a la planificación de largo plazo: el olvido y

el desarraigo afectivo se presentan como condición del éxito. Esta nueva (in) sensibilidad exige a los individuos flexibilidad (Vásquez , 2013) y capacidad para

abandonar.

Que un fenómeno de la profundidad social y las consecuencias del desmoronamiento de la España rural y agraria apenas haya tenido reflejo en la literatura, en la filmografía y en la fotografía de la mano de Delmi Álvarez, Alberto Martí, José Manuel Navia, César Sanz, Encarna Mozas, Matteo Bertolino, etc. o de otro modo, como Gloria Rubio Largo con vacíos del pasado, donde hace intervenciones en pueblos abandonados. Y a pesar de esto se continúe tratando al tema con la indiferencia de una sociedad ocupada únicamente en su

prosperidad económica.

Este individualismo ayudó a que durante muchos años, la despoblación de la España interior a nadie le importara, ya que a partir de los años cincuenta y sesenta del pasado siglo, en España empezó el éxodo masivo del campo hacia las ciudades. Las regiones del interior han sufrido una hemorragia demográfica que no solo ha diezmado provincias enteras, sino que ha condenado a la

desaparición a miles de pueblos.

Ya son más de 3.000 pueblos españoles que están completamente deshabitados, según datos contenidos en el Nomenclátor del Instituto Nacional de Estadística (INE) y en los próximos años, por desgracia, a muchos pueblos

les ocurrirá lo mismo.

En Galicia hay 1.261 entidades deshabitadas, más de un 44 por ciento de las 2.815 que existen en el conjunto de España, y la provincia gallega en la que se

pueden encontrar más poblaciones de este tipo es Lugo, con 524.

Por provincias, Asturias es la que más ‘pueblos fantasmas’ tiene, con 637 sobre

un total de 6.939 poblaciones, lo que supone algo más de un nueve por ciento.

No obstante, Madrid es la autonomía con un porcentaje más alto de entidades de población abandonadas, ya que un 22 por ciento de los núcleos madrileños está deshabitado, es decir, 186 de los 815 que existen en la Comunidad, mientras que Salamanca se acerca al 20 por ciento, con más de 180 ‘pueblos fantasmas’ de los 929 totales. Y solo tres provincias españolas no cuentan con

ningún pueblo en situación de abandono: Granada, Málaga y Zamora.