Sobre Bárbara Traver

Ítaca

El problema crucial con el que toda persona se enfrenta, en la mitad de su vida, es el de su actitud ante la muerte. La conocemos porque es una presencia diaria en las noticias o la reconocemos cuando excava huecos a nuestro alrededor. Se adquiere una consciencia distinta del tiempo, de su aprovechamiento, del porvenir, pero sin la rotunda certidumbre de que algún día seremos nosotros quienes dejemos un espacio vacío en las vidas de los otros. Es en ese entretanto en el que se ha producido un hecho íntimo que cambia el sabor de la entera experiencia de la vida.

Mi padre enfrentado a esa mitad de su vida buscaría «por todas partes, como un zahorí, los escondidos manantiales del gozo» (Gomá, 2015, pp.3). Se trata de la espera y la esperanza o, de otro modo, del paso de la autoafirmación y la confianza en las propias fuerzas a la aceptación y el nacimiento de la esperanza. Algunas personas buscan en la religión, otras en el deporte. Mi padre

nos llevó de ciudad en ciudad, de casa en casa. Para algunas personas es un intento –ciertamente superficial– de otro modo de vida. Quieren ser hombres y mujeres corrientes, luego buscan un convento, un monasterio. Echan por la borda las formas tradicionales recibidas y buscan nuevas (Grün, 1988).

(…)

El concepto de desarraigo, situación impuesta con la que me encontré de un día para otro y sin preparación, marca mi discurso. El abandono de todos esos hogares, sin pensarlo dos veces, casi por la puerta de atrás, sin hacer ruido, provocó en mí una situación de desamparo y crisis emocional. Una identidad personal, social y cultural que tiene su conceptualización en el desarraigo. La crisis desemboca en una identidad reconstruida, una suerte de «segundo nacimiento» (Erikson, 1972). Probablemente yo no habría llegado a ser lo que intento ser si no fuera por este renacimiento y, con seguridad, no habría llegado a proyectar mi anterior trabajo «Retrato» como lo planteé. Esta nueva identidad que me he forjado, introspectiva e íntima, obedece a las razones expuestas.

Durante estos años de mi vida he sentido una necesidad irresistible de volver a los hogares abandonados. Me entristece no poder recordar el olor a lavanda que entraba por la ventana de la cocina. Recuperar ese aroma para trasladarme a aquella habitación que dejé años atrás, se ha convertido en un

intento desesperado y ridículo de construir algo de la nada. Desconcertada, me he aferrado más a ese sentimiento de retorno.

Abanderada eterna de la nostalgia, entiendo que el olfato capta los olores como activadores de sensaciones y reacciones. El estímulo odorífero tiene una ruta neurológica directa hasta el bulbo olfativo, donde parece estar la zona en la que radican los sentimientos, los afectos y la emotividad. Mi manera de pensar y de ser ha ido evolucionando, pero después de este tiempo se ha despertado en mí esa añoranza primitiva que se intuye latente en las entrañas de la humanidad (Proust, 1913).

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Con estas treinta fotografías regreso a las casas que me marcaron durante el tiempo que me he ido forjando como persona. Como Ulises en la Odisea, emprendo la aventura de retorno a los hogares. Este viaje comporta unas sensaciones y unos recuerdos encubridores. De esta manera llamaba Freud (1899) a un tipo particular de recuerdos en los se distingue algo importante y emocionalmente relevante, más allá de los recuerdos indiferentes y circunstanciales. Estas impresiones que hemos olvidado dejaron, no obstante, la más profunda huella en nuestra vida y pasaron a ser determinantes para nuestro desarrollo posterior. Se trata de una amnesia semejante a la que observamos en vivencias posteriores y residen en la conciencia. Muchas veces esos recuerdos son formados por dichos que vienen de nuestros mayores, por alguna fotografía por la que se componen como rompecabezas, pareciéndonos certeros, bien armados e insistimos en afirmar que eso ocurrió así.

Trato de encontrar mediante la fotografía esos recuerdos alterados, falsificados por mi memoria y experiencia y que me conducen a unas sensaciones vividas durante aquellos años. Pretendo inducir al espectador a buscar la identidad del retratado, su esencia fijada en un momento determinado, irrepetible en la toma fotográfica que, aunque ya no existe, algún día le perteneció en esos lugares.